Hace unos días andaba, como dice
la canción, “navegando sin razones en el mar de tus porqués” y tal era mi frustración
por no hallar respuestas a mis interrogantes; y más allá de escuchar el
silencio o esperar que mi corazón me sople algo, con el riesgo de que me de una
taquicardia o algo parecido, hice algo que me pareció más sano… me calme y deje
de preguntarme tantos “¿por qués?”
Fue cuando me di cuenta que cada
vez que iniciamos una serie de preguntas precedidas de un ¿por qué? la
respuesta no llegará a satisfacernos y, lejos de eso, nos llenará de más
interrogantes.
Entonces pensé, si el ¿por qué? de
mis preguntas solo me lleva a más “¿por qués?”, debe haber alguna otra forma de formularme mis preguntas para dar con
las respuestas.
Es así que hice un pequeño, pero
sustancial, cambio al momento de preceder mis preguntas; deje de preguntarme ¿por qué? y comencé a preguntarme ¿para qué?
El “porqué” trae muchos otros
“porqués” y nos llena de angustia, el ¿para qué? nos dará siempre una
repuesta práctica, y más aún, el ¿a qué se debe? nos ayudará a la auto
indagación.
En el transcurso de mi vida muchas
veces me pregunté: ¿por qué a mí? Ahora sé que si hubiera preguntado ¿para qué
a mí? me hubiera dado cuenta en cada respuesta que era para acercarme más a mi
crecimiento.
Preguntas como, ¿por qué me sucede
esto? obtienen una respuesta diferente si las formulo así: ¿para qué me sucede
esto? o ¿a qué se debe que me suceda esto? o quizá preguntas como, ¿por qué estoy
enfermo? tendrían respuestas si preguntaras ¿para qué estoy enfermo? y mejor aún
¿a qué se debe que estoy enfermo?
En todo caso, si te estas
preguntando ¿por qué estoy leyendo esto? ya sabes cómo encontrar la respuesta.
Carlos Zubiate