Siempre he observado que en la medida que va aumentando nuestro auto-conocimiento empezamos a preguntarnos cada vez más sobre el origen de nuestra manera de ser, sobre todo en aquellos aspectos de nosotros mismos que nos generan conflictos y/o malestar. En este proceso adoptamos una actitud parecida a la de un analista, generando hipótesis, teorías, afirmaciones, negaciones, etc. sobre las circunstancias que han podido influir en la construcción de nuestro yo actual.
Es muy frecuente que este trabajo interior termine dando como resultado, una serie de respuestas en las que las personas de nuestro entorno familiar (sobre todo nuestros padres) desempeñan un importante papel. Otras veces, la explicación la encontramos en hechos más recientes, como las dificultades en las relaciones con los que nos rodean.
Durante muchos años, la psicología, la psiquiatría y otras ciencias y corrientes, han enfatizado la importancia de encontrar y comprender las causas de los problemas de las personas, usando para esto diversos métodos como el psicoanálisis, la interpretación de los sueños, la hipnosis e incluso el intento de rememorar acontecimientos que se supone experimentamos en vidas pasadas.
Todos estos procedimientos y otros más responden sin lugar a duda a la necesidad que tenemos los seres humanos de comprendernos a nosotros mismos, y esto hace que a menudo, sintamos un importante alivio al identificar las posibles razones por las cuales nos comportamos de una u otra forma.
Esta sensación puede ir acompañada, en muchos casos, de cierto rencor hacia las personas de nuestro entorno o hacia las circunstancias que, a nuestro entender, han sido las responsables de nuestros actuales “fantasmas”. Lo interesante es que hasta hace unos años se pensaba que el simple hecho de encontrar estas “respuestas” era suficiente para alcanzar el bienestar, pero sin embargo se ha comprobado que la reducción de los estados de ansiedad que producen estas “respuestas” a corto plazo, no se mantienen permanentes si no van acompañadas de cambios más profundos, más sólidos y duraderos en el estilo de vida.
Esto es debido a que las personas nos aferramos fuertemente a las supuestas causas de nuestro dolor, ya que eso nos permite manejarnos en una especie de “zona de seguridad” en la que nos sentimos cómodos y diría que hasta muy cómodos. En esta situación el malestar percibido como resultado de factores del pasado o actuales, los consideramos ajenos a nuestra responsabilidad, ajenos a nuestro control, de manera que nuestra única alternativa es la resistencia, la queja y el autocompadecimiento.
Esta actitud definitivamente encierra un gran peligro, ya que facilita que nos identifiquemos con nuestro sufrimiento, haciendo que éste pase a formar parte de nuestra identidad, convirtiéndonos, como alguna vez escuche, en el “sufrimiento con patas” impidiéndonos así que lo superemos para seguir avanzando.
Asumir el “papel de víctima” ante el pasado, las circunstancias, o las demás personas, hace que nos concibamos como seres indefensos, que no pueden hacer nada más que sentarse a esperar que la “suerte” cambie. Esta creencia en que la conducta de uno mismo no puede, o poco puede influir en el propio bienestar, es lo que en psicología se conoce como desesperanza, y es un factor principal de este “papel de víctima”, muy relacionado con los estados de depresión, ansiedad, angustia, la desesperanza también esta relacionada con cuadros de enfermedad como el cáncer, enfermedades cardiovasculares y hasta se le relaciona con el suicidio.
Afortunadamente existen alternativas a la “desesperanza” nuevas opciones, métodos, técnicas (que yo diría que no son tan nuevas) que nos dan la oportunidad de afrontar las dificultades de forma sana, segura y edificante. Todas estas alternativas nos hablan de deshacernos de la carga de “culpas” pasadas, asociadas a las causas de nuestros problemas, a la vez que asumimos nuestra responsabilidad en lo que sucede en nuestras vidas.
Estos métodos, técnicas, etc. proponen básicamente aceptar que las dificultades que cada uno de nosotros tenemos, son fruto de comportamientos aprendidos anteriormente, que por lo regular y diría casi siempre, escapaban de nuestro control y que por lo tanto no tiene sentido que nos sintamos culpables. Sin embargo la cosa no queda solo en aceptar eso, si no que va un paso más allá, donde aceptas que es cierto que seguramente no fuiste el único causante de tus problemas, pero sí eres el principal responsable la manera en que vas a manejarlos a partir de ahora.
Este planteamiento ofrece una nueva forma para todas aquellas personas que estén hartas de “sufrir” y deseen de verdad dejar atrás viejas cargas y tomar, de una vez por todas, las riendas de su propia vida, porque lamentablemente las personas que siempre están haciendo el papel de víctima, se apoyan tanto en su papel que luego no pueden vivir sin el, porque se acostumbran tanto a manipular a los demás con su sufrimiento, que no encuentran otra manera para llamar la atención y sobre todo no ven como ellas o ellos mismos se manipulan, y más aun cuando ya no desean seguir con el papel de víctima, este esta tan incorporado que no pueden dejar de hacerlo.
Esta nueva actitud de aceptación y conciencia implica un gran coraje, ya que supone dejar atrás viejas excusas con tal de alcanzar la verdadera madurez emocional: es algo así como cuando un niño deja de esconderse entre las faldas de su mamá y decide salir a explorar el mundo. Este paso hacia adelante es costoso pero a la vez tremendamente liberador ya que te dará mayor sentido de pertenencia de tu propia existencia.
Si te sientes identificado con el “papel de víctima” busca nuevos métodos, busca nuevas técnicas, nuevas formas de asumir esta forma de ser tuya, busca información. Esta búsqueda te permitirá darte cuenta de la inmensa capacidad y fuerza que posees y esto constituye una de las bases más importantes del verdadero papel que desempeñaras en tu vida.
Carlos Zubiate
Carlos Zubiate
