Hay un dicho muy conocido que dice: “No se llora sobre la leche derramada”, esto supone que lo que
sucedió ya sucedió y no se puede hacer nada. Eso no es del todo cierto, lo
sucedido en el pasado nos puede dejar alguna enseñanza valiosa para aplicarla
en el presente.
El vivir siempre en el
presente es algo que requiere esfuerzo,
a veces nos quedamos detenidos en el tiempo lamentando lo que hicimos o dejamos
de hacer, y ni hablar de “lo que me
hicieron”.
Les cuento una historia budista:
Dos monjes budistas
iban viajando juntos y tenían que atravesar un río caudaloso, en la orilla
estaba una mujer que les pidió por favor que le ayudaran a cruzar, pues ella no
podía hacerlo por sí sola.
Uno de los monjes,
obedeciendo las reglas de su Orden que prohibía a los monjes hablar o tocar a
cualquier mujer, la ignoró y atravesó el río.
El otro monje se
compadeció de la mujer, la cargó en brazos y la llevó al otro lado del río,
donde se despidió de ella y luego los dos monjes continuaron su viaje.
Durante el camino el
monje que cumplió las reglas iba enfadado, recordando lo que había hecho su
compañero.
Tras muchas horas de
viaje y muchos kilómetros recorridos el primer monje seguía pensando en lo
ocurrido y cuando no aguantó más su enojo, le reclamó a su compañero por haber
desobedecido las reglas, por arriesgarse a ser expulsado, por haber deshonrado a
su congregación.
El segundo monje le
respondió:
“Yo dejé a esa mujer a
la orilla del río, ¿tú por qué sigues cargando con ella?”
Seguir cargando con culpas propias y/o ajenas es un gran
desperdicio de vida, dejamos de vivir el presente y sufrimos por algo ¡que ya
no existe!
Yo tengo una teoría personal acerca de las culpas, creo
sinceramente en base a mi experiencia, que
hay mucha soberbia contenida en la culpa, mientras me sentí culpable,
tuve un sentido de pertenencia con mis culpas, eran mi “caballito de batalla”,
increíblemente, conseguía victimizarme y
captar la atención de los demás con mi “arrepentimiento”, es más creo que hasta
conseguía admiración con una especie de falsa modestia, hasta me sentía “orgullosamente
culpable”.
Hoy por hoy entiendo y acepto que Dios es perfecto y su
creación también lo es, pues a mi entender la
perfección no es la ausencia de errores, es más bien una constante corrección de
estos, nada sucede sin la perfección de Dios y si en algún momento de mi
vida cometí errores, fue parte de lo que tenía que corregir y fue en base a ese
aprendizaje que los cometí, para buscar el
camino de la serenidad que hoy puedo disfrutar, y siempre es sólo por hoy, mientras
viva en el presente.
Nada es más inútil, en esta vida, que la culpa. Cuando
cambias culpa por error tomas la responsabilidad, y eso te da la capacidad de hacer
cambios, entonces estarás dando el primer
paso a la reparación.
Entiendo que muchas veces hay culpas que no se muestran, que
están muy bien escondidas, te doy la clave para saber si las tienes: ¿Tienes
rabia y resentimiento?, ¿Eres implacable al juzgar a otros?, Si tu respuesta es SI, guardas culpas en tu
corazón.
Cada vez que juzgamos y
criticamos, lo estamos haciendo desde nuestras culpas, que son hermanas gemelas del miedo y la ira.
Lo que sucede es que la culpa es inherente al ser humano, nos
hacen creer que nacemos culposos y más adelante según sea nuestra educación o aprendizaje,
vamos agrandando y fortaleciendo ese sentimiento.
De pronto, nos bombardean desde pequeños con eso que somos
pecadores, que nacimos con el pecado original… DESPIERTA!!! no has nacido con ningún
“pecado original”, naciste con la BENDICION ORIGINAL.
Ahora sé, que no nací con el pecado original, nací con la BENDICIÓN
de Dios al darme la vida, con la BENDICIÓN de poder amar, con la BENDICIÓN de
ser una parte de Dios sin separación alguna, con la BENDICIÓN de SER EL QUE SOY.
Es momento, de “reprogramarnos”, de reconocernos y aceptarnos
a nosotros mismos, Ir cambiando las culpas por errores, los errores por
aprendizajes y el aprendizaje por entendimiento.
Hemos guardado un “talonario de facturas” pendientes, con las
que cobramos y se nos cobran: “las cosas
que yo hice por ti”, “todo lo que te di”, “los sacrificios que hice”, “lo que
me hiciste sufrir”, etc.
La gratitud es indispensable, hemos recibido mucho y seguimos
recibiendo cada día, por eso es necesario ser agradecido, como también es
necesario reconocer nuestros errores y enmendarlos, sin aspavientos ni
demostraciones histriónicas, solo con humildad y aplicando la regla de oro: No hagas a otro, lo que no deseas que te
hagan a ti, que no es más que otra forma de decir: AMA AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO.
Cuando reconozcamos que cada persona hace lo que hace por sus
propias razones, entenderemos que nada debemos y nada tenemos por cobrar. Si yo
le doy a alguien “todo” es porque creo que con eso puedo hacerla feliz y si esa
persona es feliz, también lo seré yo, entonces si lo que busco es mi propia
felicidad, ¿QUÉ PUEDO COBRARLE ENTONCES?
En esta creencia que podemos hacer felices a otros,
equivocamos el camino, y es porque la
felicidad no proviene del exterior sino del interior de cada uno de nosotros y
si esa o esas personas no han decidido ser felices, le puedes poner el mundo a
sus pies y no conseguirás hacerlo.
La mejor manera de dar felicidad, es decidir ser feliz uno mismo, y por donde vayas
atraerás MÁS DE LO MISMO.
Carlos Zubiate
(Colaboración de: Ana Maria Gallo)
(Colaboración de: Ana Maria Gallo)
